Introducción

¿Qué es el espíritu?

¿Qué es el alma?

¿Qué significa la espiritualidad?

¿Dónde está el mundo espiritual?

¿Qué vinculación tiene con el mundo material?

¿Hasta dónde llega la materialidad y dónde comienza lo espiritual?

¿Hay entre esas dos dimensiones una separación insalvable?

Preguntas estas, y muchas otras, que la humanidad ha intentado responderse a sí misma desde el principio de los tiempos.

Inumerables seres humanos adelantados en su capacidad intelectual brindaron a los demás, el resultado de sus pensamientos, especulaciones, supersticiones, investigaciones y conclusiones. La mayoría de las personas, en cambio, aceptaron, y aún aceptan, pasivamente o por fé, lo que aquellos afirmaban.

A través de los milenios proliferaron creencias, religiones y filosofías, todas respetables por tratarse del reflejo del alcance intelectual logrado por las civilizaciones, en el curso de su desarrollo.

Tímidamente al principio pero luego con mayor fuerza, la ciencia, es decir, el estudio sistematizado de los hechos naturales que observa la filosofía, fue desentrañando misterios, hasta que dejaron de serlo y se convirtieron en leyes naturales siempre presentes pero ignoradas. La humanidad está en ese camino desde siempre y continuará comprendiendo la vida. Así, con ese énfasis, para dar el verdadero significado global de lo que ella significa.

Este trabajo es el resumen de lo que modestamente pude obtener a lo largo de mi propia experiencia. He intentado lograr una explicación sobre la vida, valiéndome de los elementos que posee la ciencia actual para llegar a sus conclusiones.

Estoy convencida de la legitimidad de la aseveración que establece que las verdades de hoy, posiblemente serán rectificadas mañana. Eso no me inquieta, porque cuando estudiamos la historia de la ciencia, esa condición de modificación constante se hace presente como esquema de progreso, pero siempre queda un saldo positivo: cuando se adelantan diez pasos y se retroceden siete, siempre quedan tres que aclaran el camino.

Lo pongo a la disposición de todos los interesados en el mismo tema; tal vez pueda despertar la curiosidad y la inquietud de algunos que aún no se lo han planteado de esta forma; y mi satisfacción sería inmensa si entusiasmara a algunos indiferentes.

Agradezco a todos los que de diferentes formas me permitieron obtener estas conclusiones. La lista de personas que desearía mencionar es demasiado larga y estoy segura que siempre omitiría a alguien si intentara presentarla con nombres y apellidos. Pero sin embargo deseo destacar a todos los que de alguna manera colaboraron en el desarrollo de mi educación: mis padres, mis maestros, profesores y amigos; finalmente mi esposo, mis hijos y mis nietos que representaron en la familia la inmejorable fuente de aprendizaje.

Agradezco también a los que de alguna manera pudieron adversar mis puntos de vista, porque aportaron el estímulo para una búsqueda más profunda, que en ocasiones provocaron en mí un cambio en el punto de vista, y en otras oportunidades reforzaron mis convicciones. Todo esto colaboró para ampliar mi sentido de la tolerancia, comprendiendo que cada ser está ubicado en un escalafón de su propio desarrollo evolutivo y por eso, merecedor de un profundo respeto por sus legítimas y auténticas cualidades.

En síntesis, puedo afirmar que el Espíritu es el autor que rige la vida, gracias a leyes universales instituidas por una Inteligencia Superior, incomprensible aún para el ser humano; y que la meta, tal como la expresaron nuestros amigos espirituales es:

“Pensar, sentir y actuar bien siempre; es lo que se espera”

 


Hebe Novich-Hernández Septiembre, 2002